miércoles, 19 de febrero de 2014

La guerra de Independencia. Los franceses en Lebrija (2)

Seguimos con el relato iniciado en la entrada anterior.

Todo esto llevó a una especie de caos y revuelo en el que las mujeres y los niños se encerraron en las casas y los hombres se prestaron a la defensa. En la plaza se reunió gran cantidad de hombres armados muy variopintamente dándose grandes voces y animándose para la defensa. El Marqués de San Gil trató de calmar los ánimos y se prestó para subir al castillo para parlamentar con los oficiales franceses y averiguar qué pasaba. Lo hizo al punto acompañado de todos estos hombres, y habiendo llegado a poca distancia de los oficiales franceses, hizo ademán para que coronel al mando se adelantase y hablase con él. Éste se adelanto llevando en la mano su sable reglamentario. Un vecino llamado Diego Sánchez Pabón, al ver que el coronel llevaba desenvainado su sable, creyó que iba a matar al Marqués e intentó agredirle con un palo. El coronel esquivó el golpe con su sable y de varias estocadas mató a este vecino. Este hecho paralizó a los ciudadanos que allí se encontraban y confirmó su errónea creencia de que los prisioneros franceses se habían sublevado.


La noticia corrió rápidamente de boca en boca, y los lebrijanos que aún no se habían procurado un arma corrieron a armarse. Entre tanto, los oficiales franceses decidieron dirigirse al Mantillo, donde se encontraba la casa en la que se alojaba la tropa francesa, a través del Callejón del Rastro, para reunirse con ellos y organizar su defensa. Llegaban a la puerta del Castillo cuando fueron interceptados por multitud de lebrijanos armados que abrieron fuego contra ellos. Viendo imposible su avance por el Callejón del Rastro y su retirada al Castillo, tomaron camino por un estrecho sendero lleno de chumberas que entonces guiaba a la Fuente de Márquez. Siempre, eso sí, haciendo frente a los lebrijanos atacantes. Se dirigieron hacia el camino de Sanlúcar y posteriormente, sin tocar “Huerta de Masena”, al camino de Jerez junto al llamado callejón de los espinos. 

 El relato completo lo podéis encontrar en este enlace.

La Guerra de Independencia. Los franceses en Lebrija (1)

Comenzamos las publicaciones en el blog colaborativo con un acontecimiento importante y poco conocido, incluso en la propia Lebrija. La matanza de soldados franceses en Lebrija en 1808. Como el relato es largo, lo dividimos en dos partes.

La información está extraída del relato original Los franceses en Lebrija, una relación inédita escrita por D. Antonio Sánchez de Alva en 1850 y publicada por D. Felipe Cortines y Murube en La Ilustración Española y Americana en enero de 1910.

Los soldados franceses derrotados en Bailén eran considerados por la Junta de Sevilla como prisioneros de guerra...”; así pues, en base a lo pactado en la capitulación de Bailén, parte de estas tropas fueron enviadas a Cádiz para su repatriación. Previamente los soldados, cabos y sargentos habían sido desarmados. A los oficiales, (alféreces, tenientes, capitanes, etc...), por su condición de caballeros se les permitía mantener sus armas que consistían en sables y pistolas de “chispa”. Así, parte de este ejército con el general Dupont a la cabeza llegó a la villa de LEBRIJA a principios de agosto de 1808. Al parecer descansaron aquí durante diez días durante los cuales no se registró ningún tipo de desavenencia entre la población y los prisioneros. El general y los oficiales de las distintas unidades componentes de la agrupación fueron tratados conforme a su condición de caballeros y alojados en casas de personas notables locales. En cuanto a la tropa, ésta acampó en un olivar cercano a la población (en un lugar conocido como Cuatro Cruces), en donde dispusieron multitud de carros que, aun sabiendo los mandos españoles que contenían tesoros artísticos provenientes del saqueo de Córdoba, se respetaron conforme a la capitulación. Tras el descanso referido marcharon de nuevo hacia Cádiz.


Posteriormente, la Junta de Sevilla distribuyó en varias poblaciones de la provincia las tropas pertenecientes a la división de Bedel que también estaban incluidas en la capitulación y que no iban a ser repatriadas inmediatamente a Francia. Parece ser que a LEBRIJA le correspondió unos trescientos soldados. De estos soldados al menos veinte eran oficiales. Todos ellos bajo la responsabilidad del general Pribé. Éste y su ayudante fueron alojados en la posada de “La Concepción”, situada en la C/ Sevilla, (actualmente es una oficina del banco BBVA), junto al “Casino”. Toda la oficialidad fue alojada en la iglesia subterránea que la congregación de eclesiásticos llamados “Oblatos”, que en aquella época se había establecido en el interior del antiguo castillo, había construido en el foso defensivo del mismo, muy cerca de la ermita. Parte de los sargentos y cabos fueron alojados en una hospedería situada en la rampa de entrada del castillo, también dentro del recinto amurallado del mismo. La tropa fue alojada en una casa grande situada en un lugar que en aquella época se encontraba alejada de la población y que recibía el nombre de “El Mantillo”. Así distribuidos en la población, el trato con los soldados franceses fue bueno; se les ayudó “...siempre según su clase...” para que no les faltase nada. Según parece, el general Pribé no se dejaba ver con frecuencia en el pueblo a diferencia de los demás oficiales que si lo hacían pues se reunían en un billar situado en la plaza de España donde alternaban con los lebrijanos. Tal era la normalidad de relaciones que el oficial médico de estas tropas ayudo a la población lebrijana con el ejercicio de su profesión. Así pues, se observó buena conducta entre los locales y los prisioneros. Eso sí, la autoridad mandó poner en la entrada del castillo, así como en “El Mantillo”, dos o tres vecinos desarmados a modo de prevención de cualquier eventualidad. Nada hacía presagiar la tragedia que se avecinaba En el mes de Noviembre se comenzó la recolección de aceituna en el pueblo (recordemos que la economía de Lebrija por aquel entonces se basaba en gran porcentaje en el cultivo olivar. Existían nada menos que 9 molinos en el término municipal). Pues bien, casi toda la tropa francesa se dedicó a recolectar aceitunas, lo que provocó, al haber exceso de mano de obra, una disminución en los jornales (pagados por los dueños de las distintas tierras). La situación del ya empobrecido campesino lebrijano, empeoró. El disgusto de estos, si bien no fue responsable del hecho principal, sí lo fue de hechos particulares que ocurrieron simultáneamente al mismo. También da idea del sentir de los aparceros, población mayoritaria en la Lebrija de entonces, hacia los franceses. Es necesario decir que ese malestar únicamente se expresó en conversaciones sostenidas entre los mismos.

En el mes de Diciembre aún no se había completado la recolección y las relaciones entre franceses y lebrijanos eran del todo normales. Pero el día 7 de Diciembre todo cambió. A las diez de la mañana de ese día llegó una orden al ayuntamiento calificada de intempestiva y no necesaria en la memoria que sobre este asunto escribió D. Antonio Sánchez de Alva, en la que se llamaba a los hombres lebrijanos de toda condición a asistir en la defensa de Sevilla con las armas que tuviesen. El 2º Alcalde recibió la orden y sin saber qué hacer, salió a la actual plaza de España y se la dio a leer a varios ciudadanos amigos suyos que allí estaban. Estos la divulgaron rápidamente, con lo que se reunió un gran gentío en este lugar. Al parecer todos se asustaron y alarmaron. Pensaban que un nuevo ejército francés, tras la derrota sufrida en Bailén, se encontraba a las puertas de Sevilla. Tras larga deliberación se llegó al acuerdo de antes de ir a la capital, se pediría a la Junta de Sevilla la retirada de los prisioneros franceses sitos en Lebrija, o enviase tropas españolas para custodiarlos. Antes de disolverse el gentío apareció por el lugar el oficial médico francés que venía de visitar enfermos, se acercó a los tumultos y un hombre, de profesión albañil, que estaba borracho insultó al oficial y dijo además que “...todos los franceses van a morir...” Este oficial subió inmediatamente al Castillo donde advirtió de estos hechos a los restantes oficiales. Estos, alarmados, pensando que iban a ser aniquilados, decidieron presentar resistencia. Dieciséis oficiales franceses, con su coronel a la cabeza completamente uniformados y armados con sus sables y pistolas, se presentaron en la plaza alta del castillo dando su frente al pueblo. Los vecinos que estaban a la entrada del castillo se asustaron al verlos armados y corrieron hacia la plaza dando gritos y advirtiendo a quienes encontraron en el camino lo que creyeron que ocurría: que los prisioneros franceses se rebelaban y daban muestras de atacar a la población.